MODESTO URGELL E INGLADA, EL ÚLTIMO PINTOR ROMÁNTICO
Textos: Lola Soto Vicario
W. Hazlitt
Sin duda, prácticamente todo aquello que envuelve su quehacer como
pintor, su modo de vida errante, su actitud personal, el tono de sus escritos y
sobre todo, el contenido de su obra pictórica, están impregnados de un
sentimiento que lo sitúa dentro de la última generación de artistas románticos
españoles de fin de siglo. Como tal, defendió siempre la importancia suprema
del paisaje como vehículo de expresión de sentimientos, como símbolo de valores
eternos, insertando en él el componente enigmático, un cierto rasgo de
“oscuridad”, transfiriendo sus estados de ánimo y sus sensaciones interiores a
los lugares que elige pintar.
En particular, Urgell decide pintar y poetizar ciertos aspectos del paisaje y no otros: “pintar esta Cataluña quieta, triste y solitaria”, como él mismo afirma, “la Cataluña pequeña, destartalada, desmantelada” siempre fue su intención sincera como artista, y a menudo elige dar a estos paisajes humildes ese aspecto “sublime”, más grandioso, oscuro, silencioso y expectante, y así pinta la última hora de la tarde o el anochecer, con cielos anubarrados e inquietantes, los momentos más propios para un entristecido encanto cargado de simbología.
Igualmente, vemos que autores románticos como el alemán Carl Gustav
Carus, amigo personal de Friedrich y también pintor, inciden en la idea de
diluirse en la grandiosidad de la naturaleza: “(…) El hombre se
mantiene consciente de su propia pequeñez al mirar el gran “todo” de una
Naturaleza tan magnífica (…) Él mismo se incluye en ese infinito como si se
desprendiera de su existencia individual”.
En
los paisajes que pinta Urgell a partir de 1860, fruto de sus recorridos por
pequeñas e ignotas aldeas de Cataluña, vemos que siempre elige ambientaciones
sombrías, en las que incluye con frecuencia la figura humana a pequeña escala,
anónima, inmersa en el paisaje y completamente subordinada a éste, al igual que
hicieran los alemanes Friedrich o Blechen. En 1913 Urgell escribe: “(…)
El arte es superior a la realidad, es el maestro omnipotente; la naturaleza su
Celestina o confidente, humilde, modesta, habla quedo (cuando no truena); el
arte brilla, deslumbra, impone, domina, sublima lo más insignificante como
ridiculiza lo más sublime (…)”
En este sentido, Urgell llega a subestimar la
naturaleza por debajo del arte; para él, el paisaje es la mirada más elevada
que el artista deposita sobre la naturaleza, devolviéndola en forma de creación
artística sublime. Por eso la pintura de Urgell no puede encasillarse como
“realista”, sino que va más allá de la mera apariencia descriptiva y encuentra
un significado más hondo y poético en el aspecto de las cosas y lugares
naturales. Ni la pintura de Friedrich tenía intenciones naturalistas o
realistas, (eran cuadros compuestos en el estudio, al igual que los grandes
formatos de Urgell), ni Urgell trata de copiar la naturaleza más que para
recoger algún dato aislado en forma de apunte cuando lo necesita para
composiciones de mayor envergadura realizadas en su taller.
No hay duda que las preferencias temáticas de Urgell
son propias de un artista romántico: visiones crepusculares, atardeceres,
cementerios rurales, aldeas y ermitas en ruinas, nocturnos y paisajes torvos,
desolados y solitarios forman parte del universo pictórico personal del pintor.
Hay que mencionar de manera especial el concepto de “ruina”, muy de su gusto y
del gusto romántico; los parajes en ruinas que representa Urgell son con
seguridad símbolo del paso inexorable del tiempo y de la fuerza aniquiladora de
la naturaleza, los últimos vestigios de un pasado glorioso que se descomponen
lentamente.
La predilección por representar visiones de cementerios
y camposantos rurales en medio de una gran extensión de campo, aislados, en
apariencia abandonados, denota la atracción de este pintor hacia el tema de la
muerte, quizá también como evocación de lo sublime. Para los románticos, la
muerte representa igualmente lo sublime—como experiencia basada en las
reacciones involuntarias de los sentimientos—en su estado más perfecto, y el
arte ofrece la posibilidad de experimentar esta sublimidad desde un lugar
seguro, con la distancia necesaria entre nosotros y el peligro real. La muerte
se entiende como el umbral que separa lo terrenal de lo metafísico, y así la
representan los artistas a través del “paisaje sublime”, haciendo uso de
imágenes evocadoras de lo infinito, lo etéreo y lo inexorable. Todo este
simbolismo se hace evidente en las obras de Urgell a través de una visión del
paisaje y su horizonte con acusados matices de irrealidad y ensueño, despojada
de cualquier intención de tipo costumbrista: apenas sabemos si tales paisajes
corresponden a éste o a aquel lugar de Cataluña, ya que Urgell apenas cita
nombres geográficos en sus obras.
El pintor trata de seleccionar estos fragmentos de la realidad que le interesan e impregnarlos de un carácter misterioso, sombrío y hasta lúgubre mediante recursos plásticos que analizaremos después. Urgell apenas muestra interés por representar lo muy particular o lo anecdótico, sino que en sus cuadros construye una realidad melancólica digamos “genérica”, filtrada por él mismo, como espiritualizada, con una predilección hacia la noche, hacia el misterio de una iluminación velada, la ensoñación de la luna o ciertos fenómenos atmosféricos adversos, como la lluvia, el viento o la tempestad. En sus memorias de 1913, queda también patente esta predilección:
“(…) Gélida, 1872. — Al atardecer de un día de julio y
buscando impresiones por aquellos andurriales, sorprendióme la silueta de
vetusta iglesia con su campanario y un ciprés. Reinaba el silencio,
interrumpido tan sólo por la campana llamando a la oración. Un murciélago
revoloteaba, como sorprendido de mi presencia en semejante sitio y hora (…)
Brillaron las primeras estrellas y volvíme al pueblo. Aquella noche no dormí;
con tenaz obstinación acudían a mi mente la iglesia, el campanario, la campana,
el ciprés y el murciélago. Al día siguiente dejando aquellas soledades
regresaba a la ciudad (…)”
Con un sentir similar al de Caspar David Friedrich,
vemos que Urgell elige pintar los momentos de transición del día, la
indefinición entre el final del día y el inicio de la noche; los crepúsculos
como una especie de estancamiento vital, de inacabamiento, como un tiempo
detenido, suspendido, a partir de los motivos de la Cataluña rural por la que
viaja. “El atardecer como el momento especial y evocador del día en que todo es
posible, y las fronteras entre el más allá y lo terrenal, y entre la vida y la
muerte se funden y diluyen”, en palabras del historiador Fuentes Milá. El
horizonte es un motivo visual con connotaciones de lo eterno, lo invisible. La
ilimitación del horizonte es una idea constante y fundamental del paisaje
romántico, tanto plástico como literario. Y para los románticos el horizonte
crepuscular suponía el encuentro entre el aquí y el más allá, y así surge la
necesidad de franquear esta línea que separa los dos mundos, poniendo la mirada
en él, como parece que lo entiende Modesto Urgell en sus cuadros.
Como hemos dicho anteriormente, Urgell cambió numerosas
veces de residencia, y sus viajes le llevaron en diversas ocasiones a París,
donde completó su formación artística. Había iniciado estudios en la Escuela de
la Llotja de Barcelona, bajo la tutela de los maestros de paisaje Ramón Martí
Alsina y Luis Rigalt. Alsina fue el primer representante de un lenguaje
pictórico considerado “courbetiano”, muy próximo a la escuela de Barbizón,
heredera a su vez de los logros artísticos de John Constable. Fue defensor de la
pintura directa del natural, dejando a un lado antiguos métodos académicos de
enseñar a pintar. Por su parte, Rigalt fue uno de los mejores exponentes de la
pintura de ruinas y gran paisajista romántico.
Urgell se forma primeramente con Alsina y con Rigalt, y
años más tarde en París conoce la obra Daubigny, muy cercano a su sensibilidad,
así como la pintura de Courbet y de Corot. Todos ellos le pondrían en contacto
con una nueva manera de hacer, con la necesidad de los estudios del natural, la
actitud a la hora de representar la naturaleza, y el experimentar con formas y
colores y no quedarse en formulas clásicas. En sus comienzos, su pintura tuvo
un carácter más costumbrista, pero con los años es evidente que evoluciona
hacia planteamientos muy diferentes, más en sintonía con su personalidad. Así,
buscaría en el paisaje su expresión más profunda y su sentido más íntimo,
misterioso y desconocido.
Corot, en particular, introdujo notorias variaciones en
el modo de aplicar las pinceladas y la consistencia de la pintura con
intenciones expresivas. Usaba a menudo un pincel bastante seco, y los surcos
producidos por las cerdas son visibles y aprovechados como elementos de
expresión más naturalistas. Urgell, tanto en sus apuntes como en obras de mayor
formato, emplea también el recurso de empastar ciertas zonas, y permite que la
gruesa tela se perciba como un área texturizada que introduce una variación en
la superficie del cuadro.
En
1870, huyendo de una epidemia de cólera que asoló Barcelona, Urgell establece
su residencia temporal en Olot, donde un año antes el pintor Joaquín Vayreda
había fundado el Centro Artístico de Olot, decisivo en el desarrollo del
paisajismo en Cataluña, tanto que Olot llegó a considerarse como "el
Barbizon catalán”. Es allí donde decide dedicarse de manera prácticamente
exclusiva al paisaje como vehículo esencial de su expresión artística.
Igualmente, observamos en Urgell, como en otros
pintores románticos, que el tono adquiere una importancia notable en el cuadro:
en la obra de arte, que debe ser un “todo” en sí misma, es requisito
indispensable que el tono domine sobre colores aislados y que esa atmósfera
general se perciba como un conjunto. Esto es algo siempre presente en su
pintura, como vemos en las siguientes obras:
Otro tema que Urgell frecuenta es el del jardín, el
jardín romántico abandonado como fuente de melancolía, a menudo con apariencia
sombría, sin apenas luminosidad, en el que incluye el ciprés oscuro como
elemento espiritual, místico, vertical y dinamizador de la escena que
interrumpe la quietud, como vemos en los siguientes cuadros:
El tema del jardín encontró en el Romanticismo y en el
movimiento Simbolista su perfecta expresión, y sirvió como
vehículo para transmitir la idea de decadencia muy del gusto en el fin de
siglo; hay que decir que esta nueva sensibilidad del “decadentismo” es una de
las diversas tendencias dentro del Simbolismo francés. Así, vemos que en
Urgell a menudo se borran las líneas
divisorias entre la representación de cementerios y
jardines; el jardín es, en su caso, la imagen del universo
melancólico del artista. Según la autora Lily Litvak, en el fin de siglo “para
aquellos ardientes visionarios, el fin de todas
las cosas estaba próximo, y el reloj
marcaba más que la muerte del siglo, el final de
la civilización occidental para algunos, el
fin del mundo para muchos, el término
de las ilusiones para todos”. Probablemente Urgell se
sintiera identificado con este sentir, cuando pinta sus cementerios abandonados
en mitad de ninguna parte, sus ruinas y jardines silenciosos, como también
hiciera Santiago Rusiñol.
Por otra parte, diremos también que el artista repetiría con frecuencia algunos de sus temas preferidos, pintando muy diferentes versiones y variaciones sobre sus visiones rurales y crepusculares, que él mismo llegaba a titular “Siempre lo mismo”, o “Lo de siempre”. Se ha atribuido tales expresiones al deseo del propio pintor de hallarse en búsqueda constante del paisaje, “por no haber realizado todavía el de siempre como él querría”. Es una manera de responder irónicamente a la crítica, que le reprendía por mostrar una y otra vez sus paisajes de horizontes infinitos, cementerios silenciosos y lugares olvidados. Quizá Urgell repetía estos temas por la afinidad natural que le movía a pintarlos, y si revisamos a fondo sus obras, veremos que tal reiteración no es tan notoria, pues cada cuadro introduce un elemento nuevo, una aproximación distinta, una composición y una factura particulares.
Sus pinturas y numerosos dibujos transmiten la intención de lo que Urgell realmente deseaba pintar: “yo no saco fotografías, ni retrato, ni copio del natural; interpreto sugestionado por la primera impresión”, según las palabras del propio pintor expresadas en sus memorias “Cataluña”, de 1905. La oscuridad de sus cementerios e iglesias abandonadas o en ruinas tiene un contenido que lo enlaza sin duda con algunos simbolistas visionarios de París, con quienes pudo tener contacto. El tema de la muerte, la melancolía por lo perdido, las visiones de lo lejano, la noche como elemento de fascinación, el final del día, los espirituales cipreses, las arquitecturas en decadencia, todo ello compone su temática de mundo de ensueño, nostalgia, oscuridad y misterio por el que siempre mostró gran predilección.
Como dato que incide en esta idea, cabe citar el gusto
de Urgell por lecturas de autores como E. A. Poe y M. Maeterlinck. Con
todo ello, el pintor se propone en cada cuadro causar profundo efecto sobre el
ánimo del observador, casi diríamos que trata de sobrecogerlo o impresionarlo
más que representar amablemente la verdad de la naturaleza, como se aprecia en
las siguientes obras:
Urgell, en su segundo libro de memorias editado en 1913, escribe:
“(…) Lo vago, lo
quimérico, lo más grande y sublime lo he visto en sueños, y el poeta como el pintor
pueden encerrarlo en un marco, ya que toda quimera puede parecemos real como
todo lo que llamamos realidad pudiera ser ilusión de los sentidos. Desde
Edgardo Poe, el genio de ultratumba, hasta Arderius, el actor más práctico que
he conocido, todos crean, y el gran actor de los bufos fue tan artista como el
poeta macabro (…)”
Las obras de Modesto Urgell son a menudo de gran
formato, y tales pinturas se llevaban a cabo en el estudio a partir de bocetos
preparatorios tomados del natural. Diremos también que su estancia en la
localidad francesa de Berck, cerca de Calais, en 1872 se considera definitiva,
pues marca su manera de concebir el paisaje con una visión mucho más amplia, y
es a partir de ese momento cuando el pintor elige una composición con el punto
de vista más bajo que sitúa el horizonte casi a ras de suelo, de manera que
otorga gran importancia y peso visual a la zona del cielo. Este recurso lo
empleará en muchas de sus obras, como hemos visto en este estudio.
Modesto Urgell. “Playa con barca. Berck”. 1872
Museo de Gerona. 2019-2020
Museo de Gerona. 2019-2020
En 1876, con la obra “Toque de oración”, Urgell obtiene
una medalla en la Exposición de Bellas Artes en Madrid, y ello supone su
consagración definitiva como pintor, tras unos comienzos en Gerona llenos de
dificultades. En este cuadro observamos que el espacio se aborda de una manera
abierta y estática, mediante una arquitectura de gran peso visual y una
tonalidad general sombría en los primeros planos y con tendencia a lo
monocromático que incide en la idea de melancolía, interiorización y
quietud.
Posteriormente el pintor llegó a exponer en numerosas
exposiciones nacionales e internacionales, en ciudades como Madrid, Barcelona,
París, Munich, Bruselas, Berlín, Filadelfia o Berlín. En cuanto a su
trayectoria personal, diremos también que obtuvo una cátedra de paisaje en la
Escuela oficial de la Llotja en Barcelona desde 1894 donde fue maestro de
jóvenes artistas como Hermen Anglada Camarasa. También llegó a ser fundador de
la Sociedad Artística y Literaria en la misma ciudad en 1900, dedicada a la
promoción del arte y de los artistas, junto con Lluís Graner y Enric Galwey.
Anglada Camarasa. “Camino con horizonte al
fondo”. Hacia 1892
En
lo que se refiere a los recursos plásticos que observamos se mantienen
ciertamente constantes en sus obras maduras, estudiaremos a continuación
aquéllos que por sus cualidades expresivas nos parecen más valorables.
Primeramente la luz. La luz aparece tratada de una
manera homogénea en sus cuadros y no proviene, en general, de un foco único. Es
una luz-ambiente manipulada por el pintor siempre con intenciones expresivas, y
apreciamos un predominio de valores medios-bajos sin apenas contrastes que dan
lugar a penumbras y zonas de oscuridad máxima, evocadoras de sensaciones de
intimidad, quietud e interiorización del paisaje representado. Más que de la
luz, podríamos hablar de una “ausencia” de la luz. Esta ausencia deliberada juega
un papel importante, ya que las sombras y el claroscuro intervienen en la
percepción de los elementos del cuadro, que suelen ser arquitecturas o formas
naturales, generalmente sugeridas o presentadas con indefinición, perdidas en
la distancia o en las sombras. Es el juego entre luces y penumbras, entre lo
que se ve y lo apenas entrevisto lo que da lugar al misterio que abre paso a la
fascinación. Los paisajistas románticos recurren a la noche para imbuir a la
escena de un misticismo elevado propio de los panteístas, pues la oscuridad,
según dice Burke: “(…) es más capaz de producir ideas sublimes que la
luz.”
Modesto Urgell. “Pueblo de noche”. Hacia
1880
La de Urgell es una luz tamizada, difusa, con la que construye ambientaciones lúgubres o con tendencia a lo apagado o lo sombrío, donde nada es evidente o previsible sino que se vislumbra o se adivina sutilmente.
En cuanto al tratamiento del óleo, vemos que hace uso de una perspectiva
atmosférica, aérea, para lo cual deja los planos del fondo muy difusos, tenues,
sin un contraste marcado, evocadores de “lo desconocido”, la lejanía oculta que
da paso a la ensoñación. En definitiva, la representación del “infinito” en el
paisaje, y en particular, cuando representa el elemento “niebla”, agente del
misterio, como en la obra “La bruma”, donde apenas se reconocen las figuras
confundidas con el fondo gris, se logra con una aplicación muy difuminada del
óleo en los últimos planos y en las sombras.
Modesto Urgell. “La bruma”. Sin fecha
En general, en la obra paisajística de Urgell
advertimos el uso frecuente de composiciones horizontales que consiguen un
acusado estatismo, apenas interrumpido por escasos elementos naturales, o
mediante la ubicación de arquitecturas que introducen una variación en forma de
ritmo vertical sin disonancias, con un espacio en general liberado de elementos
que incide en la idea de calma, soledad y aislamiento. Como en muchas obras del
Romanticismo pictórico, el valor que Urgell otorga al espacio en el cuadro es
principalmente escenográfico, con un punto de vista único, exterior a la tela,
unos primeros planos generalmente construidos en sombra y una visión panorámica
del conjunto representado. Apenas hay acción humana en tal escenografía, y si
introduce una figura, está siempre supeditada al paisaje, que es el verdadero
protagonista. Así, la figura tiene una naturaleza similar a éste, de quietud,
contemplación y ensimismamiento, apenas destacada, siempre en tonalidades
monocromáticas o neutras que la integran completamente en la escena.
Modesto Urgell. “Paisaje con figura”. Sin
fecha
En cuanto al uso del color, vemos que Urgell no es un
gran colorista, sino que elige casi siempre armonías de cromatismos fríos muy
matizados, grises, rosas atenuados, malvas, azulados, trabajados en sutiles
gradaciones que evocan los elementos distantes, o bien tonalidades más cálidas
en atardeceres, llenas de matices, donde el sentimiento supera cualquier
interés por representar la realidad ordinaria tal cual, y nos transporta a
lugares desolados, lejanos y perdidos, con ciertos tintes de irrealidad.
Modesto Urgell. Detalle de paisaje. Hacia 1892
El
color es un vehículo de la melancolía en cierto modo “decadente” del pintor. En
palabras del propio Urgell:
“Está amaneciendo. Silencio, soledad y olvido; ni
una sombra, ni un eco. El murciélago revoloteando entre densas espirales de
humo. Allá en el horizonte, la luna, indiferente (…)”
Modesto Urgell. “Paisaje”. Sin fecha
Por otra parte, llama la atención el tratamiento de la
pincelada, también en sus apuntes y obras de pequeño formato. Se evidencian
aquí los posibles paralelismos con maestros como Courbet o Corot, con quien
llegó a tener amistad en París. Probablemente algunas de las obras de Urgell
fuesen rechazadas en exposiciones oficiales por resultar “demasiado modernas”
en su factura. Interpretamos este calificativo en cuanto al tratamiento poco
acabado y nada delineado, distinto y novedoso con respecto a los planteamientos
más clásicos de la época.
Modesto Urgell. “Contraluz”. Sin fecha
Comentaremos también que Corot, por su parte, emplea
una pincelada de dicción abierta, de trazos sueltos y expresivos; mediante
toques secos de pincel o gruesos empastes de espátula, sugiere los distintos
elementos del paisaje. Llega a dejar “huellas” verdaderamente abstractas en la
tela, muy gestuales, rápidas e instintivas, con un control perfecto en su
aplicación. Observamos que Urgell no llegaría a planteamientos tan audaces, y
mantendrá una manera de aplicar el óleo más contenida, ciertamente menos
“atrevida” cuando construye la mancha de color, pero sí advertimos ciertas
analogías en los gruesos empastes, en el modo directo de sintetizar las
arboledas o elementos naturales. Su pincelada, por su carácter no aristado,
resulta sensible y emotiva, de trazos cortos, a veces grumosa, otras más
fluida, siempre muy intuitiva. Como Corot o Courbet, su tratamiento del óleo es
en general muy atmosférico, con zonas más densas que se alternan con manchas
más diluidas.
Modesto Urgell. Detalle de arboleda.
La gran modernidad de Courbet se encuentra en la manera
de aplicar la pintura “a grandes rasgos”, en grandes manchas y signos
espontáneos del pincel, de gran expresión plástica, con espátula y brocha
gruesa para construir cualquier elemento del paisaje. Esto lo encontramos a
otra escala en las soluciones que emplea Urgell, como por ejemplo en las
“transiciones” que crea para que el paso de una forma hacia a su fondo no sea a
través de una línea de contorno abrupta, sino que se perciba algo así como una
continuidad natural, como por ejemplo al pintar el borde de una arboleda con
respecto a un fondo de cielo, resueltos con una manera de hacer desdibujada,
sin perfilamientos ni trazos acusados. Esta indefinición, esta manera de pintar
el fondo, “lo no visible”, lo que está más allá de la naturaleza, lo que
subyace en el propio paisaje, pintar “un estado del alma”, hace de Urgell un
artista plenamente romántico comprometido con ese sentir. Los fondos y el
espacio que ocupa el cielo en sus paisajes tienen sentido y significación
especial para el pintor como elementos donde ocurre lo enigmático, lo
grandioso, la acción verdadera del cuadro, que es el misterio fascinante del
anochecer, de una lejanía o una tormenta.
Modesto Urgell. Detalle de paisaje
La pincelada de Urgell, como gesto gráfico en sí mismo,
está llena de interés, sensibilidad y variedad en su densidad y forma de ser
aplicada, con un tratamiento si bien ciertamente novedoso en su factura, muy
coherente con la expresión de la temática de los cuadros. Volvemos a incidir en
la idea de que Urgell no imita una naturaleza concreta, sino que transfiere con
medios pictóricos muy personales la sutil sensación que le mueve a pintar,
cuando contempla un fragmento natural que le conmueve, como unas aguas muertas,
unas ramas al viento o las hierbas de un campo abandonado. Así, inventa un tipo
de pincelada distinto para cada sentir.
Modesto Urgell. Detalle de paisaje
Merece también nuestra atención la faceta del Urgell
dibujante, en cuanto a las valiosas aportaciones de su expresión gráfica, en
términos de riqueza y variedad de registros y signos cuando emplea el lápiz, la
plumilla o la aguada, como vemos en los siguientes apuntes esbozados a lo largo
de sus viajes:
Modesto Urgell. “Vista de un pueblo”. 1861
Modesto Urgell. “Cementerio”. Hacia 1860
En definitiva, podemos decir que las obras paisajísticas de Urgell, mediante sus sugerentes recursos plásticos, llegan a revelarnos “el infinito”, ciertos valores de eternidad y permanencia en la representación de los paisajes más cercanos, el “infinito en lo finito”, como afirma el poeta romántico Novalis. Como artista romántico que fue, Urgell llega a transmitir un “estado de ánimo” particular mediante la creación de un estado correspondiente en la vida de la naturaleza, y es más evidente su visión individual, su mundo interior y su propia ensoñación, y menos significativo la particularidad de lugar representado. Todo ello, mediante una manera de hacer que siempre invita al recogimiento y la introspección.
Sus visiones de cementerios a la hora del crepúsculo son una
reflexión muy personal sobre la muerte, temática muy recurrente en el fin de
siglo. En el caso de Urgell sin tintes macabros o marcadamente fúnebres, con
una poética más sutil que gusta de evidenciar el “infinito”, el elemento
sublime y desconocido que se encuentra más allá del horizonte. Y lo logra
creando unas ambientaciones con escasos elementos y difusas gradaciones
tonales, más espirituales, elevadas, casi místicas mediante recursos pictóricos
coherentes con este propósito.
Modesto Urgell. “Paisaje”. Hacia 1885-95
Paradójicamente, sus paisajes de gran formato llegaron
a convertirse en un signo de distinción y buen gusto en las casas de la
burguesía catalana de la época, lo que parece contraponerse al espíritu rebelde
y bohemio del pintor. El aumento considerable de encargos a lo largo de los
años y las ventas a través de la sala Parés de Barcelona supusieron para Urgell
el poder vivir con desahogo durante resto de su vida; igualmente su gran éxito
como pintor le permitió cultivar el teatro, su otra gran pasión.
El pintor Modesto Urgell en su estudio
El hecho de desarrollar estas dos artes, junto con su
marcada personalidad, hacen de Modesto Urgell uno de los personajes más
destacados y activos de la sociedad barcelonesa de fin de siglo. Urgell abriría
nuevas vías de experimentación para otros pintores que marcarán después la
modernidad en Cataluña, como pueden ser Anglada Camarasa, Hernández Pijoan,
Joan Ponç, Joan Miró y Salvador Dalí, entre otros. Finalmente deja testimonio
de su éxito y de las anécdotas de su vida con la publicación de “Cataluña”, en
1905, y su autobiografía “El murciélago. Memorias de una patum”, de 1913.
Modesto Urgell. “Murciélago”. Hacia 1918
“Toma y lee”. Si no sabes del jardín de Hipona, sabes de tu jardín
interior, y allí cuadra bien la elocuencia pictórica y el verbo colorista... Si
a la hora del crepúsculo sientes una melancolía, te oprimen añoranzas y un
asombro súbito te advierte que algo pasa, vuela, cerca de tu frente, como
murciélago de sombra y de quimera, que es el Tiempo, abre entonces este libro
de un artista que cristalizó bellamente su sedimento “de dolor de vivir” y
harás un paréntesis en el tuyo... luego piensa que Urgell tuvo razón en decirme
sin palabras, “toma y lee”.
CONDESA DEL CASTELLÁ
(Prólogo a la primera edición de 1913 de “Murciélago.
Memorias de una patum”, de Modesto Urgell e Inglada)
BIBLIOGRAFÍA:
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Girona. 2020.
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Ediciones Destino. Madrid, 1979.
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GABAUDAN, P.: El Romanticismo en Francia (1800-1850). Universidad de
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literatura. Espacio Tiempo y Forma. Serie VII. Historia del arte, (13) 2000.
REYNOLDS, D.M.: El siglo XIX. Universidad de Cambridge, 1985.
SCHILLER, F. Sobre la educación estética del hombre en una serie de cartas.
De lo sublime. Sobre lo sublime. Universidad Nacional de Cuyo. Mendoza, 2016.
TORRES, M.: El pintor Modest Urgell. Revista de Girona, 1989.
URGELL, M.: El Murciélago. Memorias de una patum. L’Avenç. Barcelona, 1913.
WEBSITES CONSULTADAS:
https://www.carmenthyssenmalaga.org/
https://www.museunacional.cat/es
https://www.museudebadalona.cat/es/
https://museuart.cat/es/inicio/
Las imágenes que ilustran el texto de este estudio han sido tomadas de los
museos referenciados anteriormente y a partir de fotografías realizadas
por la autora.
Las conclusiones sobre cuestiones plásticas se han realizado a partir de la
visualización de la obra de Modesto Urgell por parte de la autora en museos e
instituciones.
Lola Soto Vicario es artista y Doctora en Bellas Artes por la Facultad de
Bellas Artes de San Carlos de Valencia (Universidad Politécnica de Valencia).
Más información y contacto: